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Dentro del auge existente en diferentes países en relación con los museos de trajes históricos Colombia no podía quedarse atrás, en especial cuando marcas internacionales de lujo como Marni y Dolce&Gabbana recorren nuestras calles admirando y adaptando las técnicas de las comunidades artesanas.
Este Museo de Trajes Regionales se encuentra en la zona de La Candelaria, exactamente en la casa de la amante de Simón Bolívar, Manuelita Sáenz. Con un costo de 1.000 pesos entre semana se pueden recorrer, aproximadamente en 35 minutos, las regiones del país vistas desde un enfoque poco común; su indumentaria, “trajes que representan una estrategia de protección corporal, un medio de comunicación e identificación étnica; ilustrando un status social, el sexo, la edad, circunstancias económicas, sociales y diversas visiones de la vida”, definición presentada por el museo.
Al recorrer los salones del museo, que representa a un país con variedad de condiciones medioambientales y grupos étnicos, es imposible no notar la confección de las prendas, algunas con telas y cortes similares, pero cada una adaptada a las necesidades que desencadenan diferentes estilos de vida. La indumentaria siempre fue y seguirá siendo un reflejo visual de un contexto político, social y económico.
Los trajes tradicionales expuestos en esta casa fueron usados por la población colombiana hasta mediados de 1950, cuando el desarrollo vial unido al proceso de industrialización del país permitió la articulación de zonas rurales. Estas prendas, con gran influencia española, africana y centro americana son expuestas demostrando que tienen mucho por expresar; son una recopilación histórica del país, de un patrimonio que del que estamos orgullos solo cuando le regalamos a Paris Hilton un carriel paisa en su visita, cuando la primera dama utiliza mantas y mochilas wayuu en reuniones internacionales y cuando convertimos el sombrero vueltiao “tan popular y tan icónico” en un producto que compite por su producción con la industria china.
La artesanía colombiana y la creación de una industria de confección que se situá en la creatividad es el mejor espejo de esta sociedad y de su cultura material. Siendo ricos en técnicas y colores, tenemos que esperar que unas alpargatas sean acogidas por la casa Chanel, que la firma italiana Marni lance al mercado bolsos tejidos y le haga un culto a nuestras plazas de mercado o que Steffano Gabbana lance una pasarela inspirada en las calles cartageneras. Regalamos nuestra cultura y creatividad, mientras aspiramos a pasarnos horas en tiendas americanas y europeas.
Este museo muestra la gran diferencia entre lo que es patrimonio cultural y el interés en sobrevalorar la industria de la moda, que en los últimos meses ha incrementado su número de exposiciones y ha convertido a los diseñadores en artistas y a sus productos en piezas de museos. El diseñador estadunidense Marc Jacobs afirma que “nuestro trabajo solo tiene sentido cuando alguien lo lleva puesto. Hago ropa, bolsos y zapatos para que las personas los usen, no para colgarlos en una pared y admirarlos”.
Mientras que en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, sus galas de moda facturan un aproximado de 6.000 dólares, el Museo de Trajes de Colombia tiene sensores de movimiento para prender la luz a causa de su bajo presupuesto.
Escrito por: LaRojaCardona*
*Laura Rojas:
Estudiante de comunicación social de la Universidad Javeriana, con estudios en estilismo, organización de eventos de moda y marketing de moda en el Instituto de diseño europeo.
EN LOS HILOS DE LA MODA ARTESANAL
Un recorrido por el Museo de Trajes Regionales de Colombia.



Fotos por Laura Rojas
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